
Las reglas del juego democrático afirman que todos somos iguales en la sociedad civil. Que todos tenemos los mismos derechos y la misma capacidad de opinar. Lo que pasa es que los que no piensan como yo desearían que no abriera la boca. Sobre todo si la boca de quien habla es la de la Iglesia católica. Pero si los cristianos participan en la vida política y critican algunas injustas situaciones no lo hacen para defender valores confesionales, sino para llevar adelante una vida común más justa y humana, aspecto que incumbe a todos los hombres y no solo a los católicos, como bien afirma la Congregación para la Doctrina de la fe.
Le pese a quien le pese, los católicos también formamos parte de la sociedad española. Igual que el nacionalista vasco o mi vecino el comunista. A ellos nadie les niega el derecho al voto y a la opinión. Al católico, sin embargo, sí. En lo que opina la Iglesia sobre la vida política no hay nada grave. Lo grave es que algunos intenten silenciar su voz en una aparente "sociedad democrática".
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