jueves, 27 de octubre de 2011

"Otra vez entrometiéndose donde no deben..."

Las declaraciones del obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, ante el anuncio del "cese definitivo de la actividad armada" de la banda terrorista ETA han vuelto a hacer saltar las alarmas: "¡Ya están otra vez los católicos metiéndose donde no deben! ¿Por qué se entrometen en política? ¡Qué se ocupen de sus asuntos y nos dejen a los demás resolver los asuntos políticos!" La misma canción de siempre cantada en un nuevo tono y en una verbena diferente. Pero si los cristianos viven en medio del mundo, digo yo que también ellos tienen una palabra que decir al mundo, porque, si bien no se identifican con las cosas del mundo, sí participan de ellas, como bien afirmaba ya la famosa carta a Diogneto en el siglo II. Y por tanto, también pueden y deben opinar.

Las reglas del juego democrático afirman que todos somos iguales en la sociedad civil. Que todos tenemos los mismos derechos y la misma capacidad de opinar. Lo que pasa es que los que no piensan como yo desearían que no abriera la boca. Sobre todo si la boca de quien habla es la de la Iglesia católica. Pero si los cristianos participan en la vida política y critican algunas injustas situaciones no lo hacen para defender valores confesionales, sino para llevar adelante una vida común más justa y humana, aspecto que incumbe a todos los hombres y no solo a los católicos, como bien afirma la Congregación para la Doctrina de la fe.

Le pese a quien le pese, los católicos también formamos parte de la sociedad española. Igual que el nacionalista vasco o mi vecino el comunista. A ellos nadie les niega el derecho al voto y a la opinión. Al católico, sin embargo, sí. En lo que opina la Iglesia sobre la vida política no hay nada grave. Lo grave es que algunos intenten silenciar su voz en una aparente "sociedad democrática".

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